«Comer animales» de Jonathan Safran Foer

“Cualquiera que haya leído el libro de Foer y continúe consumiendo los productos de la industria o no tiene corazón o es impermeable a la razón, o ambas cosas». J.M. Coetzee.

Si ya seguía una dieta ovo-lácteo-vegetariana por convicciones personales, después de leer “Comer animales”, me siento más orgullosa de ello.

La provocadora narración de Safran Foer cuestiona las creencias, mitos y tradiciones relacionadas con el hecho de comer o no carne. ¿Nos preocupa saber como se sacrifican y el sufrimiento de los animales que vamos a comer? ¿Puede el hombre vivir sin comer carne?

Estas respuestas y mucho más sobre el tema de los animales destinados para el consumo humano se analizan en profundidad en el libro, que no deja indiferente tras su lectura.

Este asunto me tiene muy sensibilizada desde que era una niña. Supongo que mi amor por los animales es superior a mi necesidad de comer carne, a pesar de que tengo que reconocer que el sabor del entrecote (a poder ser «medium rear») o de un steak tartar no me desagradan, pero solamente de pensar en el sufrimiento que ha tenido que pasar el animal que me voy a comer, desaparece mi apetito.

Algo similar me pasa con el foie. Solamente de imaginar el sufrimiento de los patos, y la manera en que engordan artificialmente su hígado, ya me pone enferma.

Mi alimentación se basa en mayoritariamente en verduras, frutas, cereales, tubérculos, semillas, legumbres, aceite de oliva, productos lácteos, huevos, pescado y marisco (todos ellos salvajes, evitando los de piscifactoría).

No encuentro a faltar la carne animal para nada. (Quizá los vegetarianos y veganos más estrictos considerarían que el pescado es un animal, pero sus múltiples propiedades nutritivas hacen que no los descarte al cien por cien de mi dieta habitual).

En cuanto a los huevos y productos lácteos, (aunque son evitados por los veganos más estrictos),  intento consumir productos cuya procedencia sea de granjas en las que los animales se traten con respeto, habiendo visitado por mi misma sus instalaciones y cuando me es posible, comprando directamente en ellas.

La semana pasada, mi hija y yo vimos en la televisión, un reportaje sobre la manera en que trataban a los animales en las granjas industriales, y os aseguro que cerrábamos los ojos a menudo para no ver las imágenes. No quiero ni daros más detalles sobre lo que pudimos observar.

Los animales criados (es un decir) en granjas industriales, no son tratados como animales, sino como meros objetos (a veces ni eso). Una verdadera lástima. Otro capítulo a parte estaría dedicado a su transporte o camino hacia el matadero. Recuerdo haber tramitado varios siniestros de camiones con contenedores de animales.

Lógicamente se trataron como simples objetos, no haciendo absolutamente nada para salvar dignamente sus vidas. Una lástima. (De eso hace ya más de doce años, por lo que espero, y deseo que esta situación en la carretera haya cambiado).

Os podría explicar decenas de razones por las que no incluyo carne en mi alimentación habitual, pero no quiero que penséis que soy una cursi o una “pava”, (aunque es así es como me apodan cariñosamente y en broma, algunos de mis amigos).

A pesar de todo, tengo que confesar que de vez en cuando, (pero muy de vez en cuando), no le hago un feo a un poco de buen jamón de bellota o a un cinco jotas…. aunque después de leer este libro, (que os aconsejo que leáis), se me han pasado totalmente las ganas de ponerme un pedacito en la boca.

¿Qué grado de destrucción debe conllevar una preferencia culinaria antes de que decidamos comer otra cosa? Si contribuir al sufrimiento de miles de millones de animales condenados a vidas miserables y (bastante a menudo) a muertes horribles no nos motiva a ello: ¿Qué lo hará?

¿Y vosotros? ¿Cuál es vuestra opinión al respecto? Estaré encantada de leer vuestros comentarios en mi blog